miércoles, 30 de enero de 2013

Convivir (III)

Convivir en paz
La convivencia pacífica se caracteriza por la inexistencia de conflictos y una sólida armonía en las relaciones. Si esta situación se prolongase indefinidamente, podría considerarse lo más próximo a "la felicidad en este mundo", ya que supondría la ausencia de todo mal provocado por la voluntad de otros seres humanos. Quedarian, por lo tanto, como unicas fuentes de infortunio, las derivadas de causas aleatorias como los accidentes, las enfermedades, las catástrofes naturales, etc..

Una de las condiciones esenciales para promover la convivencia pacífica en un mundo ideal sin conflictos, seria la generalización de actitudes de empatía en todos los niveles de las relaciones humanas, lo que significa comprender y apreciar los sentimientos, las emociones y los problemas de aquellos con los que hay que convivir.

La empatía generalizada seria condición esencial en  el mundo utópico, sin conflictos, que se está tratando. Pero, evidentemente, no la única. Las relaciones entre personas y entre grupos tienen que estar reguladas por normas, más o menos formales, que tengan en cuenta los intereses y las necesidades de todos y cada uno. En este concepto amplio de norma se incluyen desde las meras pautas, no escritas, de conducta personal, hasta las leyes y disposiciones que rijan los estados o comunidades, así como los tratados internacionales. Tales normas tendrían que estar inspiradas en el concepto de "bien común", es decir, bien para todos, sin excluir a nadie. Todos tienen intereses y necesidades que habrá que satisfacer. La convivencia supone tener derechos y obligaciones. La convivencia pacífica significa que esos derechos y obligaciones serán razonables y, además, que cada uno tendrá, por una parte, garantia plena de que sus derechos serán respetados y, por otra, una buena disposición para cumplir sus obligaciones. Tal situación proporcionaria un clima general de confianza y, en suma, de paz.

La mera existencia de normas presupone que alguien tendrá que garantizar su cumplimiento. Desde personas con autoridad en las relaciones personales (por ejemplo, los padres en la familia) hasta directores y gobernantes en las organizaciones más complejas, siempre habrá quien se encargue de velar para que las normas se cumplan y se garantice la justícia. Se llega así al Principio de Autoridad como soporte de la convivencia pacífica y como regulador del ejercício de la libertad.

Todo lo anterior no es más que un voluntarioso ejercício de ingunuidad al suponer que los males de este mundo podrian resolverse mediante soluciones simples y fórmulas sencillas, en aplicación del fenómeno de la "ignorancia inadvertida" (la ignorancia simplifica la solución de los problemas). Sin embargo, no deja de ser un modelo ideal de lo que podría ser una sólida convivencia pacífica y sobre el cual, u otros similares, deberian elucubrar los futuros quistólogos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario